Me parece muy interesante este artículo, en el que se hace una muy buena reflexión sobre la repercusión ética que ésta obra ha despertado y que Miquel Barceló pronto inaugurará en la sede de Ginebra de Las Naciones Unidas. ¿Ética o estética en tiempos de crisis?.
Aquí lo reproduzco por si es de vuestro interés.
El artista
Jose María Romera
Diario El Correo 15/11/2008
j.m.romera (arroba) diario-elcorreo.com
Que Miquel Barceló es un gran pintor, nadie lo pone en duda. Pero eso no legitima el despilfarro que las autoridades van a cometer en la sedeginebrina de las Naciones Unidas, donde el artista mallorquín ha firmado una pieza de casi 20 millones de euros. Hemos visto fotos de Barceló en plena faena. En ellas aparece enfundado en un buzo como de cosmonauta, con una máscara antigás o similar que le coloca más cerca de los viajes siderales que de la calma de su estudio. Esas cosas tienen un precio. Un precio, cómo no, astronómico. Y más aún si se trata de una cúpula, lo más parecido a la esfera celeste que lamano humana ha alcanzado a construir nunca. La de Barceló es una indescriptible lluvia de estalactitas de vivos colores repartidas por unos 1.500 metros cuadrados, lo que traducido a brochazos tiene que subir mucho el presupuesto en mano de obra. Así que la cuestión no es el coste, siempre discutible tratándose de genios, sino el cuándo y sobretodo el cómo. No parece razonable esta clase de dispendios en tiempos de crisis planetaria, y menos si afecta a instituciones tan simbólicas. Es perfectamente posible que los dirigentes del orbe puedan reunirse y llegar a acuerdos con el máximo acierto sin necesidad de mirar a lo alto e inspirarse en el extraño paisaje que a partir de ahora se abrirá sobre sus cabezas. Si el dinero invertido se hubiera destinado a dar de comer a unos cuantos millones de hambrientos, seguro que a nadie le parecería mal haber dejado el cielo raso en blanco. Una parte de la factura será cargada a los fondos de ayuda al desarrollo, que como la denominación indica no están destinados precisamente a proyectos de decoración. Así que las comparaciones son inevitables. Tantos kilos de pintura, tantas raciones de arroz menos. Tantos euros de honorarios, tantas operaciones quirúrgicas sin hacer. Tantos meses de alquiler de andamios, tantas escuelas que no se construirán. A todo esto Miquel Barceló ha respondido con fastidio aquello de a mí que me registren. Es cierto que la idea de pintar la cúpula no se le ocurrió a él, sino a quienes le encargaron el trabajo.Pero tampoco el pintor es inocente. Nadie puede ampararse en el estatuto del artista que flota por encima del bien y del mal mientras en el mundo pintan bastos. Podría consultárselo Barceló a sus amigos indígenas de Mali: seguro que le ayudaban a bajar de las alturas y a analizar este derroche en clave menos esnob.
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