«MEMENTO»
GASPAR CORTÉS ZARRÍAS
DEL 22 DE ABRIL AL 22 DE MAYO DE 2005
SALA DE EXPOSICIONES TEMPORALES CENTRO CULTURAL DEL PALACIO DE VILLADOMPARDO
 
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IMÁGENES DE LA EXPOSICIÓN--
     

 
 

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editado por la
Diputación de Jaén


TEXTOS DE LA EXPOSICIÓN:

Dedico esta exposición a mis padres, Paqui, Fernando y Adelina.

Un memento para:
Javier, Andrés Orihuela, Fausto Olivares, Paco, Eduardo, Elvira, Juan y José Luis Zarrías, Manolo, Lola Cortés, Vicente, Rosi...
y todos los muertos... de mi felicidad.


...«Como había matado al pintor, mataría la obra del pintor y todo lo que significaba. Mataría el pasado, y cuando hubiese muerto, sería libre. Mataría aquella monstruosa alma viva, y sin sus horrendas advertencias, recobraría el sosiego. Cogió el cuchillo y apuñaló el retrato con él»

(El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde)


«MEMENTOS»

Hay exposiciones que no sólo no son fáciles sino que, además, no nos producen el placentero sentimiento de estar contemplando ambientes más o menos pastoriles, realidades aterciopeladas o estampas cotidianas hilvanadas con el sobado hilo de la rutina. Antes al contrario -y éste es el caso de la obra y el pensamiento de Gaspar Cortés Zarrías- estamos ante una exposición que nos enfrenta a esa otra realidad, posiblemente más real aunque menos sensorial, que subyace como cimiento y sentido de esa existencia, la mayoría de las veces más sobrevivida que vivida.

No resulta casual, más bien intencionadamente indagado, el propio título de esta exposición, Memento, ese imperativo latino, «acuérdate», tan histórica y litúrgicamente unido a la espiritualidad y a la ascética. Ambos parámetros toman cuerpo en la obra de Gaspar, igual que esas otras «presencias» que se sugieren tras el vaho de la piel y aparecen como policromía de mementos y momentos nada casuales.

Su pintura es, ante todo, una invitación al memento humano, a la reflexión (re-flexión) o indagación en ese origen que nos determina y condiciona como personas por muchas capas o distancia histórica y tecnológica que hayamos puesto por medio. Su oficio de pintor resulta una insistente y recurrente búsqueda de esa identidad que habita bajo los ropajes que la ocultan e incluso la disfrazan. Es el memento como camino hacia la verdad más íntima, núcleo desnudo y despojado de adherencias. El cuerpo que vemos y sentimos es sólo fotográfico; se necesita la radiografía de la intimidad para llegar al ser; la imagen ha de dejar paso a la identidad, hay que atravesar la piel del espejo para llegar hasta la realidad que se refleja en él, al ánima de ese animal humano que somos. Y esto, a dos niveles: como humanidad de ese ser adánico moldeándose a base de los sucesivos exilios de todos los paraísos (los curvilíneos perfiles que el Adán miguelangélico adquiere ante el dedo eólico del Creador se tensan y esquinan en nuestro pintor ante el dedo ígneo que lo convierte en un ser errático que busca permanentemente su significado y sentido en ese tránsito entre el alfa y el omega de la nada); y como recorrido por un tiempo que le ha ido tatuando el cuerpo hasta pirograbarle la culpa, la derrota y el abatimiento, haciendo de su piel un mapa de tránsitos, un cuaderno de bitácora plagado de surcos y cicatrices.

Dentro de esta indagación, de esa búsqueda, sintiéndose miembro de una sociedad en permanente dialéctica, el artista no puede estar sino abocado a un memento histórico. La radiografía de su sentido como «homo temporum» le lleva a un buscar respuestas a las interrogaciones actuales regresando sobre sus pasos hasta llegar a unos antepasados, los íberos, última capa del subsuelo preescrito, que representan la lucha espartana por la supervivencia a través del casco y la falcata, la cicatriz y el sufrimiento. La comprensión atlética y ascética de la existencia curte al cuerpo y le dibuja una musculatura donde la geometría del dolor se encaja en el escorzo del grito y se debate entre el abandono de lo contingente y una resistencia prometeica en busca de esa gloriosa pasión de la que resucitarse.

Habrá de ser en esa búsqueda de la propia identidad entre el paralelo de la humanidad y el meridiano de la historia como nuestro artista llegue a su ubicación en el espacio afectivo del presente. Será así, indagando en su memento biográfico, en la memoria -arrastre y sedimento constructivo del yo- como Gaspar nos narre su llegada al carné, a la carne de su propia identidad. La brújula orienta hacia el ensimismamiento y el reencuentro en los seres más cercanos. La bóveda arquitectónica que se elevó vuelve a ser la placenta recogida que fue.

La autenticidad de esos mementos de que venimos refiriendo es tal que Cortés Zarrías acaba sometiendo incluso a un memento matérico a sus propios elementos de trabajo. Cuadros densos, llenos de matices y calidades táctiles, de incidencias y relieves, de accidentadas geografías, de heridas y costuras, de hebras y renglones, de sudor y de lágrimas, de lacas y tintas, de óleos y de sangres, de pieles y grasas: esa es la paleta y la gama de colores y dolores que coronan de laurel y de espinas a ese hombre, sujeto activo y paciente, hacedor y destructor de su propio destino. Lo que ahora es soporte plástico no ha de olvidar que antes fue puerta o postigo, mesa o repisa, tabla y tronco; lo que ahora es arte y objeto de contemplación ha sido tierra o polvo de mármol, material de desecho, grasa animal o barniz vegetal. Así, la materia, mediante el reciclaje artístico, se trasciende hasta alcanzar cierta síntesis o reunificación teilhardiana en la que adquieren sentido evolutivo todas las realidades y procesos anteriores. Hay que deshacerse viviendo para realmente llegar a ser.

Resultado de los diferentes mementos anteriores es este memento antológico que Gaspar nos ofrece en esta exposición. Esta narración de los pasos y los caminos, de la postura y del proceso de Cortés Zarrías, como persona y como artista, nos hace ver también esta exposición como un calculado ajuste de cuentas con toda una etapa anterior, consciente de que la vida es un problema de sucesivas operaciones -de cálculo y quirúrgicas- hasta aproximarse a una solución o síntesis que, en el fondo, no será sino otra búsqueda -o la misma- de sí mismo. La identidad como memento poliédrico.

José Román Grima




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