«TRANSFORMACIÓN DE UNA MIRADA»
La
suya es una mirada cambiante sobre elementos inalterados.
Fiel mirada de vigía que observa cómo cambia
el hombre, se metamorfosea y altera cíclicamente.
Consciente de que el arte precisa más de la especulación
que de la presión perceptual, se entrega a la causa
y a la forma humana, en este proceso trascendentalista de
operar con el esquema humano, creyendo firmemente que no
cambia la morfología del hombre, sino su condición,
su postura interior; lo que acarrea repercusiones externas
que él percibe y quiere manifestar.
La
obra de Gaspar Cortés Zarrías, desde su origen,
ha contribuido a definir al espécimen humano. Sus
personajes, inequívocos, no quedan sujetos a ningún
género ni estilo concreto, evidenciándose la
inconsistencia de todo empeño semiológico dirigido
a clasificar obras a toda costa. Su pintura nos acerca a
una experiencia estética más cercana a lo emocional
que a lo bello.
Las
figuras que ahora muestra en «Ex
averno in paradisum» son, en todo caso, individualidades
activas (dolientes, serenas, agitadas), personajes que huyendo
de lo anecdótico invocan la intemporalidad, desvelada
en ademanes motrices y secuenciales; en actitud metamorfoseada
y siempre activa. La mutante naturaleza humana tiene en Gaspar
a un pintor que se afana en contenerla, en darle apariencia
y significación plástica.
Figuras
emergentes y escenas pobladas de cabezas que se recomponen
como puzzles. Cabezas enérgicas, de ojos multiplicados
en secuencias, entre las que podríamos llegar a reconocer
la nuestra. Cabezas palpables, hiriendo al tacto en texturas
y pigmentos minerales; testas de verdad y materia que llegan
a conmovernos profundamente.
En
sus trípticos, trascendiendo la disposición
de un arco –puerta o marco- gravitan seres atrapados,
rostros anónimos y familiares, criaturas que afloran
a la superficie exterior revestidos de arenisca y lacas.
Voces -al fin y al cabo-, gestos desdoblados que nos llevan
a pensar en la actitud errática del hombre, la insolidaridad,
la violencia y la desolación. Asistimos, por enésima
vez, al planteamiento solidario de un pintor consagrado a
una búsqueda casi mística de la sustancia humana.
Es innegable su madurez técnica y la singularidad
que ha llegado a alcanzar su iconografía de la figura
humana. Ojalá que sepamos compartir su causa.
José Montané
Septiembre 2005
Díptico